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Breve Historia Fúnebre en la Memoria Histórica de Aibonito

  • Foto del escritor: Guelo Rivera
    Guelo Rivera
  • 12 nov 2024
  • 12 Min. de lectura

Funeral proviene del latín “funeralis” definido como el conjunto de ceremonias u oficios solemnes dedicados a un difunto días antes de su entierro o sepelio.

Desde tiempos precolombinos nuestros indios Tainos realizaban rituales funerarios representando una función social de los enterramientos de sus difuntos. Bartolomé de las Casas para el año 1559 realiza algunas descripciones en sus escritos de los rituales indígenas en la Isla con la intensión de entender y deducir algunos aspectos de la estructura social de la población. En sus crónicas relata que cuando se le acercaba el momento de su muerte, era llevado fura de la aldea por sus familiares con pequeñas raciones de agua y comida, desde donde una vez fallecido, transcendía al lugar sagrado donde viviría eternamente. Este parece ser el motivo por el que se encontraron pocos enterramientos en las islas y algunos en cuevas y pendientes de montañas. Con la muerte de un cacique luego de prepararlo para su entierro, se comunicaba su muerte en la aldea y se guardaba un período de luto, pintando sus caras y realizando rituales fúnebres para demostrar su dolor. En el barrio Algarrobo hemos identificado algunos de estos cementerios con vista al mar Caribe y con las inclemencias del tiempo sus osamentas están expuestas a la superficie sin protección alguna.

Estudios y evaluaciones arqueológicos de asentamientos de estos primeros pobladores en Aibonito y sus barrios, reflejan detalles descriptivos para entender el orden social de sus centros ceremoniales y la ubicación de enterramientos en sus rituales funerarios en el litoral.

La historia de los oficios fúnebres de Aibonito durante el Siglo XIX reflejo un proceso de evolución en la forma en que se realizaban los entierros, marcado por la construcción y traslado de cementerios. El primer cementerio del pueblo fue establecido en 1824 en el área sur del pueblo, detrás del templo San José lo que sera común en otros pueblos en Puerto Rico, donde los cementerios solían ubicarse en las afueras de la población.

Hacia 1850, el cementerio fue trasladado al sector conocido como "El Campito", contiguo a la plaza del lugar. Este traslado pudo haber sido motivado por varios factores, como el crecimiento demográfico, preocupaciones sanitarias o por la necesidad de tener un espacio más adecuado para los entierros retirado de la población. Durante esa época, el manejo de los cementerios estaba influenciado por la Iglesia Católica, que tenía un rol importante en los ritos fúnebres y el control de los espacios sagrados de sepultura.

Con el cambio de siglo y el crecimiento urbano, Aibonito continuó ajustándose a las nuevas necesidades de la comunidad. En 1905, se comienza a utilizarse un nuevo cementerio en la calle Domingo Colón, lo que marca un cambio en la planificación urbana del pueblo. La distancia y la topografía del lugar requerían de coches tirados por caballos o bueyes para el traslado al cementerio en las afuera del pueblo. Años más tarde con la llegada del coche de motor los servicios funerarios integraron diseños de carruajes fúnebres en cristal con la intensión de observar y acompañar al difunto al cementerio. El nuevo cementerio representó un enfoque más moderno de la gestión de los espacios funerarios, adaptándose a las circunstancias de principios del siglo XX. Para el año 1924 el municipio realiza mejoras al cementerio con la construcción de una estructura en cemento alrededor de la propiedad reflejando cambios en las prácticas funerarias de higiene y las necesidades de la población, que seguía en expansión y crecimiento poblacional.

 El desarrollo de los cementerios en Aibonito, desde el primer espacio funerario en 1824 hasta el más moderno al presente, es un reflejo de cómo la población ha adoptado prácticas adecuadas en sus costumbres para el entierro de familiares.

Con la llegada de un nuevo gobierno en 1898, tras la Guerra Hispanoamericana, se establecieron nuevas políticas y regulaciones, especialmente en materia de salud pública. En este contexto, las autoridades comenzaron a prestar mayor atención a las condiciones sanitarias, especialmente en los espacios relacionados con las actividades funerarias en áreas rurales. Uno de los enfoques fue el control de enfermedades, lo que llevó a la adopción de medidas más estrictas sobre cómo y dónde se realizaban los entierros y el manejo del difunto antes de su entierro.

En zonas rurales aisladas, donde a menudo existían cementerios clandestinos o informales, las nuevas autoridades buscaron erradicar estas prácticas. Se establecieron normas para centralizar y controlar los entierros en el cementerio del pueblo, con el objetivo de evitar la propagación de enfermedades como la fiebre amarilla, que eran comunes en la época. Esta medida también reflejaba un cambio en la gestión de la salud pública, al entender que las prácticas funerarias descontroladas podían contribuir a la expansión de epidemias.

El nuevo énfasis en mejorar las condiciones de salud en la transición del Siglo XIX al XX no solo se centraba en la eliminación de los cementerios clandestinos, sino también en garantizar que los difuntos recibieran una sepultura adecuada de acuerdo con las normas higiénicas. La construcción de caminos y el control sobre las actividades en prácticas funerarias contribuyeron a una transformación más amplia en la forma en que las comunidades rurales comenzaron a interactuar con los espacios urbanos, consolidando la idea de un programa de salud controlado para los actos de entierro y sepelio.

Con fondos municipales en Aibonito se mejoraron los caminos y accesos al cementerio de la población. En el pasado, los barrios del pueblo a menudo carecían de infraestructuras adecuadas, lo que dificultaba el traslado de los difuntos. Los cadáveres solían ser llevados en hamacas, un método rudimentario pero práctico, acompañado por vecinos y familiares hasta la iglesia San José en el pueblo, para recibir los ritos funerarios antes de ser sepultados. Varios toques de campanas anunciaban la llegada del cortejo fúnebre al templo. Esto era una tradición de las costumbres arraigadas en la vida rural de la época, donde las familias, a pesar de las limitaciones, mantenían sus tradiciones funerarias, aunque fuera en condiciones precarias. Al finalizar la misa y con el toque de campanas, el sacerdote acompañaba el cortejo fúnebre hasta el cementerio del Campito.

Para los años 40’s se establece en Aibonito Robert D. Ehret, oriundo de Indiana, quien llega a la isla como Servidor Público Civil por objetor de conciencia.

Sus profundas raíces cristianas de denominación Menonita le impedían ir al frente de guerra, pero no así servir a su prójimo desde otros frentes. Es en Aibonito donde Bob Ehret, como le gustaba le dijeran, conoce a su esposa Elta y con sus conocimientos en ciencias mortuorias y embalsamamiento, provenientes de la experiencia de su familia con funerarias y estudios en el tema, ve la necesidad y funda en Aibonito la Funeraria Ehret. En aquel momento en Aibonito y pueblo limítrofes no estaban familiarizados con el proceso de embalsamamiento y es él quien trae el concepto, logrando que las familias pudiesen velar por mayor tiempo y de forma honorable a sus seres queridos. Sus servicios funerarios se extendieron a otros municipios como Orocovis y Barranquitas.

Ya para los años 60’s teniendo muchos clientes en el área metropolitana decide establecerse en Hato Rey, donde también ayudó a la comunidad con servicio de ambulancia y alquiler de equipo médico. Robert D. Ehret fue un hombre reconocido siempre en la comunidad como una persona humanitaria que le gustaba servir y ayudar a su prójimo. Al transcurrir el tiempo se trasladan a unas nuevas facilidades en Rio Piedras.

Con el crecimiento urbano en Aibonito se establecen otras empresas de servicios funerarios en la población; Aibonito Memorial; Funeraria San José; Funeraria Valentín; Funeraria El Buen Pastor. El municipio de Aibonito tenía un departamento de servicios fúnebres para personas de escasos recurso. El coche fúnebre color azul y cristales alrededor estaban ubicados en los bajos de la casa alcaldía, inaugurada en 1957.

Actualmente el pueblo de Aibonito tiene tres cementerios en funciones operacionales. El más antiguo conocido como el Cementerio del Campito, en la Calle Domingo Colon, El Cementerio del Rabanal y el Cementerio La Paz del Señor, un cementerio privado ubicado en la carretera que conduce al barrio Asomante.

Al presente los cementerios de Aibonito son visitados por personas interesadas en conocer el paradero de sus antepasados como fuente primaria para el estudio del árbol genealógico familiar. Es responsabilidad del ministerio público y la empresa privada de mantener un registro de defunciones e inventario actualizado, de personas que descansan en el Campo Santo.

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”

1 Corintios 15:51-53

Referencias:

Descripción e Historia de Aibonito, José Morales Cassagne ,1948; Ante el espejo de la Muerte, Doris Lugo, Instituto de Cultura; Evaluaciones arqueológicas en Aibonito, Arqueolo. Harry Alemán: Archivo Digital Español PARES; Biblia, Reina Valera, Edición Revisada; Colección Tom Lehman; Colección Jack Delano; Entrevista residentes sector la Sierra y barrio Algarrobo; Casa Museo Federico Degetau; Patronato Archivo Histórico de Aibonito

Breve Historia Fúnebre en la Memoria Histórica de Aibonito

Funeral proviene del latín “funeralis” definido como el conjunto de ceremonias u oficios solemnes dedicados a un difunto días antes de su entierro o sepelio.

Desde tiempos precolombinos nuestros indios Tainos realizaban rituales funerarios representando una función social de los enterramientos de sus difuntos. Bartolomé de las Casas para el año 1559 realiza algunas descripciones en sus escritos de los rituales indígenas en la Isla con la intensión de entender y deducir algunos aspectos de la estructura social de la población. En sus crónicas relata que cuando se le acercaba el momento de su muerte, era llevado fura de la aldea por sus familiares con pequeñas raciones de agua y comida, desde donde una vez fallecido, transcendía al lugar sagrado donde viviría eternamente. Este parece ser el motivo por el que se encontraron pocos enterramientos en las islas y algunos en cuevas y pendientes de montañas. Con la muerte de un cacique luego de prepararlo para su entierro, se comunicaba su muerte en la aldea y se guardaba un período de luto, pintando sus caras y realizando rituales fúnebres para demostrar su dolor. En el barrio Algarrobo hemos identificado algunos de estos cementerios con vista al mar Caribe y con las inclemencias del tiempo sus osamentas están expuestas a la superficie sin protección alguna.

Estudios y evaluaciones arqueológicos de asentamientos de estos primeros pobladores en Aibonito y sus barrios, reflejan detalles descriptivos para entender el orden social de sus centros ceremoniales y la ubicación de enterramientos en sus rituales funerarios en el litoral.

La historia de los oficios fúnebres de Aibonito durante el Siglo XIX reflejo un proceso de evolución en la forma en que se realizaban los entierros, marcado por la construcción y traslado de cementerios. El primer cementerio del pueblo fue establecido en 1824 en el área sur del pueblo, detrás del templo San José lo que sera común en otros pueblos en Puerto Rico, donde los cementerios solían ubicarse en las afueras de la población.

Hacia 1850, el cementerio fue trasladado al sector conocido como "El Campito", contiguo a la plaza del lugar. Este traslado pudo haber sido motivado por varios factores, como el crecimiento demográfico, preocupaciones sanitarias o por la necesidad de tener un espacio más adecuado para los entierros retirado de la población. Durante esa época, el manejo de los cementerios estaba influenciado por la Iglesia Católica, que tenía un rol importante en los ritos fúnebres y el control de los espacios sagrados de sepultura.

Con el cambio de siglo y el crecimiento urbano, Aibonito continuó ajustándose a las nuevas necesidades de la comunidad. En 1905, se comienza a utilizarse un nuevo cementerio en la calle Domingo Colón, lo que marca un cambio en la planificación urbana del pueblo. La distancia y la topografía del lugar requerían de coches tirados por caballos o bueyes para el traslado al cementerio en las afuera del pueblo. Años más tarde con la llegada del coche de motor los servicios funerarios integraron diseños de carruajes fúnebres en cristal con la intensión de observar y acompañar al difunto al cementerio. El nuevo cementerio representó un enfoque más moderno de la gestión de los espacios funerarios, adaptándose a las circunstancias de principios del siglo XX. Para el año 1924 el municipio realiza mejoras al cementerio con la construcción de una estructura en cemento alrededor de la propiedad reflejando cambios en las prácticas funerarias de higiene y las necesidades de la población, que seguía en expansión y crecimiento poblacional.

 El desarrollo de los cementerios en Aibonito, desde el primer espacio funerario en 1824 hasta el más moderno al presente, es un reflejo de cómo la población ha adoptado prácticas adecuadas en sus costumbres para el entierro de familiares.

Con la llegada de un nuevo gobierno en 1898, tras la Guerra Hispanoamericana, se establecieron nuevas políticas y regulaciones, especialmente en materia de salud pública. En este contexto, las autoridades comenzaron a prestar mayor atención a las condiciones sanitarias, especialmente en los espacios relacionados con las actividades funerarias en áreas rurales. Uno de los enfoques fue el control de enfermedades, lo que llevó a la adopción de medidas más estrictas sobre cómo y dónde se realizaban los entierros y el manejo del difunto antes de su entierro.

En zonas rurales aisladas, donde a menudo existían cementerios clandestinos o informales, las nuevas autoridades buscaron erradicar estas prácticas. Se establecieron normas para centralizar y controlar los entierros en el cementerio del pueblo, con el objetivo de evitar la propagación de enfermedades como la fiebre amarilla, que eran comunes en la época. Esta medida también reflejaba un cambio en la gestión de la salud pública, al entender que las prácticas funerarias descontroladas podían contribuir a la expansión de epidemias.

El nuevo énfasis en mejorar las condiciones de salud en la transición del Siglo XIX al XX no solo se centraba en la eliminación de los cementerios clandestinos, sino también en garantizar que los difuntos recibieran una sepultura adecuada de acuerdo con las normas higiénicas. La construcción de caminos y el control sobre las actividades en prácticas funerarias contribuyeron a una transformación más amplia en la forma en que las comunidades rurales comenzaron a interactuar con los espacios urbanos, consolidando la idea de un programa de salud controlado para los actos de entierro y sepelio.

Con fondos municipales en Aibonito se mejoraron los caminos y accesos al cementerio de la población. En el pasado, los barrios del pueblo a menudo carecían de infraestructuras adecuadas, lo que dificultaba el traslado de los difuntos. Los cadáveres solían ser llevados en hamacas, un método rudimentario pero práctico, acompañado por vecinos y familiares hasta la iglesia San José en el pueblo, para recibir los ritos funerarios antes de ser sepultados. Varios toques de campanas anunciaban la llegada del cortejo fúnebre al templo. Esto era una tradición de las costumbres arraigadas en la vida rural de la época, donde las familias, a pesar de las limitaciones, mantenían sus tradiciones funerarias, aunque fuera en condiciones precarias. Al finalizar la misa y con el toque de campanas, el sacerdote acompañaba el cortejo fúnebre hasta el cementerio del Campito.

Para los años 40’s se establece en Aibonito Robert D. Ehret, oriundo de Indiana, quien llega a la isla como Servidor Público Civil por objetor de conciencia.

Sus profundas raíces cristianas de denominación Menonita le impedían ir al frente de guerra, pero no así servir a su prójimo desde otros frentes. Es en Aibonito donde Bob Ehret, como le gustaba le dijeran, conoce a su esposa Elta y con sus conocimientos en ciencias mortuorias y embalsamamiento, provenientes de la experiencia de su familia con funerarias y estudios en el tema, ve la necesidad y funda en Aibonito la Funeraria Ehret. En aquel momento en Aibonito y pueblo limítrofes no estaban familiarizados con el proceso de embalsamamiento y es él quien trae el concepto, logrando que las familias pudiesen velar por mayor tiempo y de forma honorable a sus seres queridos. Sus servicios funerarios se extendieron a otros municipios como Orocovis y Barranquitas.

Ya para los años 60’s teniendo muchos clientes en el área metropolitana decide establecerse en Hato Rey, donde también ayudó a la comunidad con servicio de ambulancia y alquiler de equipo médico. Robert D. Ehret fue un hombre reconocido siempre en la comunidad como una persona humanitaria que le gustaba servir y ayudar a su prójimo. Al transcurrir el tiempo se trasladan a unas nuevas facilidades en Rio Piedras.

Con el crecimiento urbano en Aibonito se establecen otras empresas de servicios funerarios en la población; Aibonito Memorial; Funeraria San José; Funeraria Valentín; Funeraria El Buen Pastor. El municipio de Aibonito tenía un departamento de servicios fúnebres para personas de escasos recurso. El coche fúnebre color azul y cristales alrededor estaban ubicados en los bajos de la casa alcaldía, inaugurada en 1957.

Actualmente el pueblo de Aibonito tiene tres cementerios en funciones operacionales. El más antiguo conocido como el Cementerio del Campito, en la Calle Domingo Colon, El Cementerio del Rabanal y el Cementerio La Paz del Señor, un cementerio privado ubicado en la carretera que conduce al barrio Asomante.

Al presente los cementerios de Aibonito son visitados por personas interesadas en conocer el paradero de sus antepasados como fuente primaria para el estudio del árbol genealógico familiar. Es responsabilidad del ministerio público y la empresa privada de mantener un registro de defunciones e inventario actualizado, de personas que descansan en el Campo Santo.

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”

1 Corintios 15:51-53

Referencias:

Descripción e Historia de Aibonito, José Morales Cassagne ,1948; Ante el espejo de la Muerte, Doris Lugo, Instituto de Cultura; Evaluaciones arqueológicas en Aibonito, Arqueol. Harry Aleman: Archivo Digital Español PARES; Biblia, Reina Valera, Edición Revisada; Colección Tom Lehman; Colección Jack Delano; Entrevista residentes sector la Sierra y barrio Algarrobo; Casa Museo Federico Degetau; Patronato Archivo Historico de Aibonito




 
 
 

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